En el post anterior hablé del valor de las mujeres en mi vida, haciendo hincapié en aquéllas con las que tengo algún vínculo familiar. Esta relación se mantenía bien fuerte durante la infancia y parte de la adolescencia. Acá voy a hablar en general del resto de las mujeres.
En primer lugar podría mencionar a las que llamamos -sinceramente- amigas. Aquéllas que no todos los varones tenemos, pero los que sí podemos decir que, aunque no es lo mismo que un amigo varón ni que una novia, con la amiga mantenemos una relación especial, caracterizada generalmente por tener algún tipo de ubicación, ser más profundo en las conversaciones... de hecho tener conversaciones es algo que hasta las distingue de los amigos varones. La amiga te va a dar ese punto de vista al que nos vemos limitados tener porque parecería ser que por nuestro sexo muchas veces nos vemos impedidos. Salvando los casos en que uno o los dos sienten atracción, las amigas forman un complemento interesantísimo para la vida de un hombre. Por ello, desligados de los casos de la subjetividad que provoca esa atracción, la amiga comparte con el amigo un espacio que no se ve tanto entre personas del mismo sexo. Irónicamente, he visto que existe más comprensión incluso. Tal vez sea porque ellas nos brindan lo sentimental y nosotros a ellas lo racional. Sí, escuché mucho por parte de ellas de que "confío más en mis amigos que en mis amigas", pero ése es otro tema... La digna amiga, entonces, nos brinda esa posibilidad de crecer y aprender el trato para con la mujer.
En varias ocasiones, incluso en nuestra infancia, los varones solemos comenzar a sentir algún tipo de atracción por alguna que otra chica. Empezamos a experimentar sensaciones que revolucionan nuestro ser -y nuestras hormonas-, y de una forma u otra, nos "descolocan". En todo sentido. Tenemos la costumbre, en el caso de que la atracción sea importante, de hacer al respecto todo tipo de estupideces. Con los años van cambiando (no puedo decir que van "evolucionando"...), pero generalmente son cosas como: hacer payasadas o el ridículo cuando la vemos, escondernos, tartamudear cuando la tenemos en frente, hacernos los que ella no nos interesa ni para charlar (u otros casos de "histeriqueo"), nos hacemos el gran amigo, les damos "celos" (como si ella tuviera el mismo interés en nosotros que el que nosotros tenemos por ella...), etc. Cierto es que, a parte de esto, cuando gustamos de una chica descubrimos una parte de nosotros que sólo las mujeres parecen poder encender. Y nos gusta. Ya de pequeños, con sólo ver a esa niña que nos gustaba sentíamos un temblor en el suelo, y encontrábamos en pensar en ella un apasionante pasatiempo.
Pero claro, eso no basta. La atracción no es un fin, sino un medio. De alguna manera, el prolongado sentir de la misma busca una retribución por parte de aquélla que nos causa el sentimiento. Hay veces que lograr esto último supone toda una campaña, que requiere de investigación ("¿gustará de mí?", "¿Tenés idea si ella siente algo por mí?"), logística ("¿cómo hago para levantármela?", "¿cuáles serán el mejor momento y lugar?"), ambientación ("¿adónde puedo llevarla para...?"), moda ("¿qué me pongo?"), inversión económica ("Voy a tener que gatillar un champú para..."), higiene ("Tendré que bañarme") y otros detalles, como no mostrarse como uno más entre los borrachos de los amigos, mirarnos horas al espejo [dato: está demostrado que nos miramos más tiempo -si bien menos veces- nosotros que ellas], practicar frases matadoras (qué triste confesar esto...), limpiar el auto como si lo fuéramos a vender, ordenar y limpiar la casa/depto de igual manera, manguearle el perfume caro que tiene nuestro viejo, etc. Sea o no un circo que pretende ocultar lo malo de uno para tener éxito con quien somos pretendientes, es innegable que la mujer aflora muchas cosas buenas de uno cuando nos atrae. Está bien, la onda de tanto montaje es conquistarlas. Muchos de los que hacemos eso creemos que lo vale.
La tercera parte es casi siempre semilla de lo mejor: ¡nos da bola! Y si esto se transforma en noviazgo o el nombre que le queramos poner, puede desencadenarse algo terrible (si ya no se desencadenó antes de ese noviazgo): enamorarnos. Terrible, porque para deleite de las mujeres y un poco a nuestro pesar, "mostramos la hilacha". Y me refiero al caso de enamorarse en pareja porque es aquí que, al ser correspondidos, nos permitimos ser "bobos de amor". Ni hablar de esto si ella siente lo mismo, pues verlos a los dos tan idiotizados causa en la sociedad hasta celos o empalago. He aquí que el hombre, cuando se enamora, se redescubre, provocándose en él una inusitada explosión interior, en la que cientos de sentimientos y pensamientos fluyen sin cesar. "La personalidad está íntimamente ligada a la sexualidad", decía mi psicoanalista. Cuánto de cierto hay en esto... ¿Qué quiere decir? Que, relacionado con lo que venía diciendo, cuando el hombre se enamora de una mujer descubre muchas facetas de sí que estaban, digamos, dormidas.
¿Que en la mujer sucede lo mismo? Es cierto, pero la diferencia es que el hombre no está tan acostumbrado a convivir con el sentimiento como lo hace una mujer, y el estar enamorado nos abre esa vía muchas veces cerrada, aflorando terrenos vírgenes de nosotros. A tal punto esto es cierto, que vemos que algunos hombres cambian hasta de manera radical por el amor a una mujer, en términos nacionales, "se pone las pilas". ¿Por qué? Bueno, los motivos son varios. Puede ser porque por y a ella le permitimos moldearnos, o bien debido a que ella nos exige "ganárnosla", dejando malos hábitos de lado o, como dicen, simplemente por puro amor. No sé... Como veo yo las cosas, encuentro en los de nuestro sexo un ser un tanto torpe, descuidado y despreocupado. La mujer, tal vez más madura en esto, contrasta con nosotros, pidiendo -directa o indirectamente- un cambio de actitud. En resumen, el amor nos transforma, nos define y nos potencia. Poca cosa, ¿eh?
Si este amor o el último de tantos que hayamos tenido nos parece el mejor (o "el verdadero"), a muchos nos llama el conservarlo para toda la vida. Como una necesidad, encontramos ahí y en ella nuestro complemento. De mutuo acuerdo, surge la necesidad de convivir bajo el mismo techo con esa persona, compartir proyectos, casarse y lo más hermoso: tener hijos. Este último tema merece uno, o tal vez varios, capítulos aparte. Sólo decir que las mujeres podrán apreciar aquí la parte más tierna del hombre, contemplando y deleitándonos con esa pancita "inflada", llena de vida, llena de amor.
Antes de terminar, quería hacer referencia a la mujer más perfecta, excelente y hermosa que existe: la Virgen María. Debo confesar que la amo como mujer y como madre, inundándome de ternura cuando la recuerdo, al igual que cuando no, pues ella está siempre con nosotros. Por lo que es, me parece injusto dedicarle sólo un párrafo y no un capítulo. Como otros temas, tal vez en otro momento lo haga. De igual manera, hablando de mujeres, ella no podía faltar, al menos en un párrafo. Es tan difícil describir esto... ¡Y es que siento una paz y alegría tan enormes cuando pienso en ella! Como madre, me cuida y hace sentir un niño, sediento y necesitado de sus cuidados. Y como mujer, despierta en mí profundos respeto y estima hacia su delicadeza, silencio, meditación, responsabilidad, fortaleza, sensibilidad, llanto, bondad, alegría, amor puro, prudencia, paciencia, esperanza... y sobre todo, por su fe. Si el ser mujer en pura esencia tuviera una definición, la más exacta sería ser como ella. ¿Cómo no admirarla entonces? ¿Cómo no amarla? Y sonará meloso y hasta falso decir esto, pero en el fondo lo que verdaderamente desea -y necesita- lo más puro y verdadero del ser de un hombre, es que la mujer a la que ama tenga las cualidades de la Virgen. Tal vez muchos cuestionen esto, sí. Yo también solía hacerlo. Hasta que la conocí y amé.
Claro, en todo lo que mencioné hay infinidad de casos distintos y hasta calificables como "negativos" y "erróneos", pero aquí el fin es ver los que me han hecho poner a la mujer en el pedestal más alto, como la más bella y una de las más maravillosas obras que hizo nuestro Señor. Aclaro que por el mundo que supone ser la mujer, con este texto no pretendo abarcar todo lo que es, sino valorarlo y si se quiere, reivindicarlo. Tal vez por ello quede latente la expectativa de escribir una tercera parte. Por lo que son y por lo que provocan en nosotros, ¡benditas sean todas las mujeres!.